Podrían, ya que es un pactado índice sin
referencia real, unir el referencial de las hipotecas a mi humor o a la
evolución de mi libido. En ambos casos, sus fluctuaciones tendrían más picos
diarios que el Dow Jones.
Ahora mismo, mientras miro con cansancio a
J.S.G., 46 años, casada, con dos hijos (un niño y una niña, la parejita, más
bien ya dos mostrencos enormes de torva mirada adolescente, según la foto que
me acababa de enseñar), sin empleo desde hace 34 meses como su marido, A.P.M.,
43 años: “Trabajábamos en la misma empresa, toda la vida, desde que acabamos la
carrera, ¿quién iba a pensar que se iba a ir todo al garete?, la crisis, la
descapitalización, los herederos… yo qué sé, ahora nos han dejado en tierra,
noqueados… bueno, noqueados no, A. no ha venido porque tiene una entrevista de
trabajo, ahora mismo, y seguro que le contratan, es el mejor aspirante, esta
vez sí, ésta es la buena, seguro, tiene que cambiar nuestra suerte “-, y ella
sigue: “Usted sabe que vamos a pagar, que queremos pagar, que es nuestra casa (fin
de la cita)”, y yo le comunico que tiene que pasar a hablar con el director,
que ya sabe cómo van las cosas, que nos vigilan estrechamente por el dinero
recibido de Europa, que tenemos las manos atadas, que hay que hacer lo posible
y lo imposible para cobrar a nuestros deudores, ahora mismo, digo, mi humor y
mi libido están en negativo, y bajando, nadie puede hacer esto sin que algo
duela, son tus clientes, los llevas viendo entrar una o dos veces al mes un
montón de años, te han preguntado por tus vacaciones todos los veranos, conoces
de vista a sus hijos y sabes de muchos de sus secretos por transferencia o pago
con tarjeta.
Y ahora, mientras acompaño a J.S.G. hasta la
puerta del despacho del director me palpo el bolsillo derecho, donde llevo el
tabaco. Si no entra nadie saldré a fumar ahora mismo, aunque debería aguantar
otro rato quiero mi cigarro –en este momento me gustaría llevar también una
petaca y echar un lingotazo de algo fuerte, que me caliente.
Mientras exhalo el humo junto a la puerta –ni
demasiado cerca para no dar mala imagen ni demasiado lejos para que no entre
sin que lo vea algún cliente- la huelo a ella, a Raquel, en el olor de esa otra
mujer que empuja su carrito de la compra. Es el olor a limpio (¿cuántas veces
al día se lava una recién parida?), a bebé, a leche, todo junto.
Uummm, Raquel. El reflejo proustiano acaba de
“poner firme a mi soldadito”. La pobre gente a la que le tocara revisar ahora
mismo sus hipotecas tendría que soportar un altísimo interés. Recordar a
Raquel, y más ahora, después del tiempo del sexo inacabable de los meses
finales del embarazo y de la desoladora abstinencia que ha seguido al parto
tiene en mi un efecto devastador. Para bajar la erección vuelvo a pensar en
J.S.G. y su familia, y en el agujero en el que tendrán que buscar asilo una vez
que se ejecute su hipoteca. No dejo de sentir que eso podría haberme pasado a
mí, que de hecho no estoy libre de que en la próxima reestructuración mi nombre
brote de la pluma de alguno de los gerifaltes con foto de familia sobre macizo
de petunias, bocas de dragón y caléndulas en la mesa y en un par de años se acabó,
mi vida hecha un palíndromo, a vivir con mis padres (con los de Raquel ya se ha
mudado su hermana y su familia -el imbécil que tiene por marido y su preciosa
niña-). ¿Dejaría en mi terror y mis remordimientos que eso ocurriera o armado
de un perchero, la barra de cerrar la verja o una tubería me lanzaría contra el
aspirante a superviviente que tuviera el encargo de comunicármelo?, esas son
algunas de las ideas que a veces toman el pescante de mi raciocinio, y las
desecho considerando que no habría posibilidad de huida, ni a babor ni a
estribor, y que salvo que la noticia me dejara como las maracas de Machín o
convertido en un ababol la esporádica satisfacción no iba a ser suficiente para
un gallina como yo.
Acabo de ahorrar unos cuantos miles de euros
al banco evitando que un cliente –con minusvalía además- se abriese la cabeza
de un tropezón por la rotura del escalón de la entrada, para salvarla no han
sido suficientes su bastón y su perro lazarillo.
Ya he pasado fuera -del banco y del universo
real- más tiempo del conveniente, aunque no haya entrado ningún cliente debería
seguir trabajando y prestar cobertura a José Antonio, el director de la
sucursal, un tipo campechano y agradable que ha pasado de peso medio a libélula
en lo que llevamos de crisis. J.S.G.
acaba de entrar en su despacho y nadie sabe por dónde va a salir una persona
normal cuando se le rompe el pegamento, cuando se le comunica que ya no le
queda nada que perder.
Al final la mañana ha terminado como todas en
este pequeño lago de aguas estancadas en el que se ha convertido la oficina,
llena de miasmas de miedo y dinero. J.S.G. ha llorado en silencio, como lo
hacen la mayoría de las personas a las que José Antonio les anuncia su
desahucio. Marta, mi compañera de la caja, se ha acercado a ella al verla salir
y ha puesto en su mano una especie de folleto de Stop Desahucios. No le importa
que yo lo vea, ya hemos hablado de ello y comparto sus ideas aunque no su
valor. Sólo tiene que tener cuidado de que no la vea P. el recién trasladado,
un tipo tan arrastrado que decimos de él que se reencarnará en papel higiénico.
Si él lo viera y hablara con José Antonio éste tendría que abrir expediente a
Marta o se lo abrirían a él.
Ahora estoy en un vagón del metro, después de
haberme quedado en tierra dos veces porque los anteriores llegaban totalmente
llenos. A estas horas el metro es un lugar casi tan abigarrado como cuando voy
a la oficina por las mañanas, Hay ocasiones en las que, si alguna mujer lactante
termina apretada contra mí y siento su calor y su olor mi cuerpo vuelve a
ponerse en marcha y vuelvo a ese universo en el que no hay cuentas ni embargos
ni réditos ni hipotecas, sólo color y sexo, y de nuevo la erección amenaza con
ser evidente. Vuelta a un pensamiento que me lleve a ese mundo de locos que es
nuestra realidad (basta con un vistazo a los zapatos excesivamente desgastados
de muchos de los ocupantes del vagón, a sus rostros preocupados o crispados, a
las personas que piden limosna cantando o tocando) para que todo el efecto de
esa mujer desaparezca.
Al entrar en el portal no puedo dejar de
percibir el olor de Raquel. Sólo deben haber pasado unos momentos desde que
ella ha vuelto a casa. Mientras giro la llave en la cerradura me digo que en
lugar de perder el tiempo aprendiendo a hacer caleidoscopios, alguien debería
habernos enseñado cómo pedir a la mujer propia que te permita aliviar su dolor
y tus ganas sustituyendo a ese pitufo cabrón que se niega a ayudar a su madre y
a alimentarse con sus calostros. Entro. Veo sus pechos, enormes, que se
desbordan y mojan, a pesar de los discos empapadores para pezones, su camiseta.
Me acerco a abrazarla, pensando en tocarle las tetas, pero ella me rechaza
porque le duelen, "las ves, están como botijos, y el pitufo no tira,
parece que van a explotar, me duelen la espalda, el cuello, el trapecio y el
esternocleidomastoideo".
(Publicado en Absenta Mare, Especiales, Relato Nº 11, 13/10/19.)
Palabras para el relato nº 11.
Awixumayita Atiyamuxuwa pidió: Petanca, monstrenco, minusvalía, pluma y petunia con el tema "Quedarse en tierra (perder un medio de transporte)"
Jorge M. Molinero pidió: Calostro, caleidoscopio, pitufo, tropezón, esternocleidomastoideo con el tema "Euribor.
Chapu Valdegrama pidió: Asilo, agujero, maraca, pegamento y gallina con el tema "Mundo de locos".
Arantxa Oteo pidió: Pescante, a babor, remordimiento, tubería, palíndromo con el tema "Fin de la cita".
Estefanía O Sí pidió: Esporádico, libélula, huida, satisfacción, aspirante con el tema "Universo paralelo".
Roberto Campos Jordán pidió: Terror , cansancio, lazarillo, abigarrado y miasmas con el tema "Aguas estancadas"
Recepción de palabras cerrada. Muchas gracias a todos.
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