Mis rodillas

Mis rodillas

domingo, 27 de septiembre de 2015

Venecia


Posiblemente el parque temático más bello del mundo.

Tanta belleza que a veces te dan ganas de cerrar los ojos.

Pero casi sin poblar.

Puede que no pares de tropezarte con gente, pero están como tú, de paso.

A partir del anochecer –todo el día en muchas calles-, puedes sentirte el último ser humano tras el apocalipsis al volver una esquina, al mirar un canal.
A veces dudas de si la ciudad no es sólo atrezzo, cartón piedra pintado para que turistas de todo el mundo escenifiquen una página de sus deseos.

Recuerdo la dificultad de encontrar un restaurante para cenar en nochevieja.
Recuerdo un bocadillo de jamón curado, queso semejante al brie, rúcula y un pan de perder el sentido en una pequeña tienda de ultramarinos con barra.
Una crujiente pizza con conversación en itañol y risas varias.
Unos gnoquis gorgonzola seguidos por un pescado a la plancha que nos hicieron desear nacionalizarnos en el Dorsoduro.

Y la suerte que a veces te acompaña y te hace entrar en un pequeño restaurante en la zona del mercado siguiendo a quienes acaban de recoger. Un local con barra de mármol, mesas pegadas con mantel de cuadros rojos, voces de los parroquianos apretados, un grifo de vino de aguja y un menú corto. Sé que fue la mejor pasta nera que comeré nunca.

Y recuerdo cruzar después en vaporetto al Lido, para mirar Venecia desde la desierta playa de diciembre como Mann, Visconti y Bogarde prestando los ojos a Aschenbach.

150927




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